Este es el hombre que tiene una regadera vieja y abollada, por cabeza. Hizo un aparición, por primera vez, el año pasado. Este año ha vuelto a la Castellana.
Entre las asquerosas comparsas de "destrozonas" y de ganapanes vestidos de bebé, el hombre de la regadera es la única máscara que nos ha conmovido.
El hombre de la regadera, aunque inconsciente de su misión, viste un saco con dos agujeros y, para que sea más sayal de penitente, lleva, atada a la cintura una cuerda de esparto.
Ese animal que ha metido la cabeza en la regadera, no sospecha hasta qué punto es, en la capital de España, la máscara nacional, la mascara representativa...
El hombre que tiene usa regadera por cabeza es lo suficiente bruto para dar terribles golpes, con un palo, a su cabeza, es decir a su regadera, con la cual, sin saberlo llega a ser más simbólico que nunca. El infeliz no llegará jamás a saber lo conmovedora que resulta su salvaje diversión, ni corno nos hace pensar en la inconsciencia de todo un pueblo ese afán de golpearse la cabeza-regadera hasta el aturdimiento, con tal de hallar una distracción a sus pesares y alejar todas las preocupaciones.
¿Qué hace esa multitud, que rodea al desgraciado mascarón, sino golpearse la regadera? ¿Qué hacen esas comparsas con sus brincos, saltos, gritos y alaridos ensordecedores, mientras Europa se desangra y España se precipita al abismo? Por el canal de la inconsciencia popular, que es, en estos días, el gran Paseo ciudadano, desfilan lentamente los hermanos espirituales del hombre que tiene una regadera por cabeza. Y el mascarón absurdo -elevado sin saberlo a la categoría de símbolo nacional- se ha detenido junio a la verja del hotel de la Presidencia del Consejo. El trágico simbolismo del hombre de la regadera se nos ha hecho todavía más patente ¡Oh, la tristeza de nuestro eterno Carnaval!
SANTIAGO VINARDELL
Madrid, domingo de Carnaval de 1918
(De la hemeroteca de La Vanguardia, 17 de febrero de 1918, página 11)
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