domingo, 22 de noviembre de 2015

La metáfora del barómetro y el aprendizaje convencional

La “historia del barómetro” es una divertidísima metáfora sobre los límites de la experiencia profesor-alumno. Su autor es un profesor americano de física llamado Alexander Calandra (1911–2006).

Apareció en la revista TheSaturday Review, el 21 de Diciembre de 1968, página 60, pero le podemos seguir la pista en varias apariciones anteriores:

1959 En el libro Angels on a Pin (un ensayo del pr. Calandra)
1964 Como Apartado del “Project Physics Reader”.
1961 En el libro The Teaching of Elementary Science and Mathematics, del pr. Calandra


La siguiente versión en castellano es la que aparece en la web CienciaNet:

Hace algún tiempo recibí una llamada de un colega que me pidió si podría arbitrar en la calificación de una pregunta de examen. Iba dar un cero a un estudiante por su respuesta a una pregunta de física, mientras que el estudiante afirmaba que debería recibir la máxima nota y así se haría si el sistema no se hubiera organizado en contra de los estudiantes: El profesor y el estudiante acordaron acudir a un árbitro imparcial, y me eligieron a mi.
Acudí al despacho de mi colega y leí la pregunta del examen: "Demuestra como se puede determinar la altura de un edificio alto con la ayuda de un barómetro"
El estudiante había contestado: " Lleva un barómetro a lo alto del edificio, átale una cuerda larga, haz que el barómetro baje hasta la calle. Mide la longitud de cuerda necesaria. La longitud de la cuerda es la altura del edificio"
Hice notar que el estudiante realmente tenía derecho a una buena nota ya que había contestado a la pregunta correctamente. Por otra parte, si se le asignaba una buena nota contribuiría a que recibiese una buena calificación en su curso de física. Se supone que una buena calificación certifica competencia en física, pero la respuesta dada no se correspondía con esto. Sugerí entonces que se le diera al estudiante otra oportunidad para contestar a la pregunta. No me sorprendió que mi colega estuviese de acuerdo, sin embargo si lo hizo el que el alumno también lo estuviera.
Le di al estudiante seis minutos para responder a la pregunta con la advertencia de que la respuesta debía mostrar su conocimiento de la física. Al cabo de cinco minutos, no había escrito nada. Le pregunte si se daba por vencido, pero me contesto que no. Tenía muchas respuestas al problema ; estaba buscando la mejor. Al minuto siguiente escribió corriendo su respuesta que decía lo siguiente:
"Lleva el barómetro a lo alto del edificio y asómate sobre el borde del tejado. Deja caer el barómetro, midiendo el tiempo de caída con un cronómetro. Luego usando la fórmula S=1/2 at2, calcula la altura del edificio.
En este momento le pregunte a mi colega si se daba por vencido. Estuvo de acuerdo y le dio al estudiante la máxima nota.
Al salir del despacho de mi colega recordé que el estudiante había dicho que tenía otras muchas respuestas al problema, así que le pregunte cuales eran. "Oh, si, " dijo el estudiante. "Hay muchas maneras de determinar la altura de un edificio alto con un barómetro. Por ejemplo, coges el barómetro en un día soleado y mides la altura del barómetro, la longitud de su sombra, y la longitud de la sombra del edificio; luego usando una simple proporción, determinas la altura del edificio."
"Excelente, " le respondí. "¿Y las otras?"
"Si, " dijo el estudiante. "Hay un método muy simple que le gustará. En este método se toma el barómetro y se comienza a subir las escaleras. A medida que se van subiendo las escaleras, se marca la longitud del barómetro a lo largo de la pared. Luego se cuenta el número de marcas y esto dará la altura del edificio en unidades barómetro. Un método muy directo."
"Desde luego, si quiere un método más sofisticado, puede atar el barómetro al final de una cuerda, balancearlo como un péndulo; con él determina el valor de "g" a nivel del suelo y en la parte superior del edificio. De la diferencia entre los dos valores de "g" se puede calcular la altura del edificio."
Finalmente, concluyó, "hay muchas otras formas de resolver el problema. Probablemente la mejor," dijo, " es llamar en la portería. Cuando abra el portero, le dices lo siguiente: "Sr. portero, aquí tengo un barómetro excelente. Se lo daré, si me dice la altura de este edificio."
En este momento de la conversacion, le pregunte si no conocia la respuesta convencional al problema (la diferencia de presion marcada por un barometro en dos lugares diferentes nos proporciona la diferencia de altura entre ambos lugares)
Reconoció que sí, pero que estaba tan harto de los profesores de instituto que trataban de enseñarle como pensar  como usar el pensamiento crítico, en vez de mostrarle la estructura de los contenidos, que decidió burlarse de lo que consideraba una impostura.

He admitted that he did, but that he was so fed up with college instructors trying to teach him how to think and to use critical thinking, instead of showing him the structure of the subject matter, that he decided to take off on what he regarded mostly as a sham.

Existe una segunda versión ampliada del final de esta historia:

He admitted that he did, said that he was fed up with high school and college instructors trying to teach him how to think, using the "scientific method," and to explore the deep inner logic of the subject in a pedantic way, as is often done in the new mathematics, rather than teaching him the structure of the subject. With this in mind, he decided to revive scholasticism as an academic lark to challenge the Sputnik-panicked classrooms of America.

Reconoció que si, dijo que estaba harto de que los profesores del instituto y de la facultad trataran de enseñarle como tenía que pensar, usando el "método científico," y a explorar la lógica profunda de la materia de una manera pedante, como se hace a menudo en las “new math”, en lugar de enseñarle la estructura de la materia. Teniendo esto presente, decidió recuperar el escolasticismo como una travesura académica para desafiar las atemorizadas aulas de América de la era “Sputnik”.

Al parecer, las alusiones a las “new math”, el escolasticismo y la era “Sputnik”  de esta segunda versión no aparecen en sus versiones iniciales de 1964 y 1961, y fueron añadidas por un editor de la revista para la versión de 1968. (http://www.rbs0.com/baromete.htm). Como podemos ver, la guerra de la didáctica contra los contenidos (es decir, la lucha de los didácticos contra los profesores) viene de muy lejos, y la “Era Sputnik” y las “New Math”, hace ya 50 años, marcaron un momento crucial, que vale la pena analizar.

Cada uno es libre de interpretar esta historia como quiera y “arrimar el ascua a su sardina”. Yo personalmente veo en ella un magnífico ejemplo de la necesidad de poner límites a la “didáctica” en la experiencia docente y el gravísimo error de llevar  demasiado lejos el “teach  how to think” (algo que actualmente está fuera de todo control).

Cuando la didáctica gana el pulso a los contenidos, cualquier alumno suficientemente inteligente puede poner en jaque a todo el sistema educativo, porque la capacidad creativa y la imaginación son  ilimitadas, maravillosas, insustituibles, que sí, pero imposibles de evaluar, y el sistema educativo no puede girar alrededor de ellas.

En esta historia el estudiante se burla una y otra vez de este sistema de enseñanza con sus ingeniosas respuestas hasta que finalmente consigue su objetivo, su triunfo: Obligar al profesor mediador a decir la palabra clave: “La respuesta convencional”.  ¡Ah! Este mediador, derrotado, finalmente le pregunta al alumno por “la respuesta convencional”: la respuesta, de entre todas las infinitas posibles e imaginables, que es  la respuesta “del profesor”. Y ahora sí, el alumno responde “convencionalmente” (como diciéndole "Ah! Haber empezado por ahí"). La supuesta respuesta imaginativa, inteligente, sagaz, creativa... ¡Ja! no era nada más que otra “respuesta convencional”. La supuesta enseñanza imaginativa, crítica, inteligente... no es más que una enseñanza convencional... del profesor que te toque por suerte o por desgracia ¡que es justo lo que se pretendía evitar!

Los pedagogos y su llamamiento a los profesores a abandonar “las convenciones” de los contenidos de las materias, es un canto de sirenas, un camino que solo conduce al naufragio en el arrecife de los convencionalismos pedantes de los gurús de la didáctica y la educación.

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