jueves, 12 de mayo de 2022

La poesía no se consume

Leo en una entrevista a Pier Paolo Pasolini, del año 1969, recogida en el libro “Pasolini rilegge Pasolini”, de Luigi Fontanella. 

La poesía no se consume

[...] De todos modos, cerremos este paréntesis y volvamos a las razones personales por las que llegué al teatro. Digamos que fue de manera intuitiva. Después, naturalmente, llegó el momento de la reflexión crítica y entendí esto: que en el fondo yo había elegido el teatro porque había decidido hacer algo que, por su naturalez, por su definición, nunca pudiese convertirse en un medio de masas. Y, de hecho, el teatro no es reproducible. Con esto quiero decir que la literatura en Italia, como ya ocurre en los estados más avanzados, empieza a estar amenazada por la industria cultural, por la mercantilización. El cine ya está muy amenazado por esta situación. De hecho, ver la tragedia de Teorema para mí representa una angustia contínua, pues era una película nacida para ser cine de ensayo, de élite, etc., etc., pero que fue lanzada a la masa, que luego la interpreta, la transforma de una manera que me desmoraliza, que, en fin, me angustia.

Sin embargo, el teatro escapa de todo esto, pues, por muy grande que sea el número de espectadores que ve un texto teatral, nunca llegará a coincidir con lo que se denomina “masa”. Lo constituye un público de carne y hueso, un centenar de personas identificables una por una, ante los actores de carne y hueso, etc., etc. Así pues, esta elección del teatro, como medio que nunca podrá ser de masa, puede ser paradigmática para toda mi vida. Esto vale también para la poesía. La poesía que estoy escribiendo ahora es una poesía desagradable, desapacible, una poesía apenas consumible, también en el sentido exterior del término. Yo sé que la poesía es inconsumible, sé bien que es retórico decir que los libros de poesía también son productos de consumo, porque, por el contrario, la poesía no se consume. Los sociólogos se equivocan en este punto, tienen que revisar sus ideas. Dicen que el sistema se lo come todo, que lo asimila todo. No es cierto, hay cosas que el sistema no puede asimilar, no puede digerir. Una de ellas, por ejemplo, es precisamente la poesía: en mi opinión, es inconsumible. Uno puede leer miles de veces un libro de poemas y no consumirlo. La consumición la sufre el libro y la edición, pero no la poesía.[...] 


Lo mismo se puede aplicar a las matemáticas: Las matemáticas no son consumibles. El “hacer matemáticas”, es decir, el “aprender matemáticas”, es una experiencia íntima, que exige tiempo y austeridad, los enemigos declarados del consumismo.

Los problemas de matemáticas son como los poemas. No se pueden consumir. ¿Cuánto tiempo necesitas para intentar resolver un problema? ¿Cuánto tiempo exige la lectura de un poema? ¡Todo el tiempo del mundo!  En la resolución de un problema, como en la lectura de un poema, el tiempo, sencillamente, no existe.

Si lo prefieres, podemos hacer la lectura contraria. La degradación brutal de la enseñanza de las matemáticas es también su terrible mercantilización: Comentaba yo en mi entrada anterior (Link) la substitución de los métodos tradicionales por métodos “modernos” de pago, con derechos de autor y perfectamente adaptables al consumo, el “pay-per-learn”. Se substituye la suma por columnas o la regla de tres de toda la vida, que el alumno podía aprender solo mediante la lectura de un sencillo libro o con la ayuda de sus padres o abuelos en el hogar, por metodologías supuestamente modernas en las que los padres o abuelos se vuelven inútiles, y se sienten imbéciles por no entender como narices le enseñan a sumar al niño en la escuela.

La fotografía tradicional del abuelo ayudando al nieto con los deberes es ahora la de un nieto que debe ir a una academia para aprender a sumar... Money, money, money... cantaba Liza Minelli.

El modelo educativo actual proclama con toda la desfachatez del mundo substituir como objetivo fundamental el aprendizaje, entendido como una acumulación de contenidos, por la felicidad y el bienestar del alumno. 

Los materiales educativos de toda la etapa preuniversitaria se adaptan en consecuencia en secuencias de actividades de pinta y colorea, en propuestas para estar pegando macarrones pintados en cartulinas negras hasta los dieciocho años. Y todo carísimo.

Y el nudo del consumismo se va cerrando: Consumismo de materiales didácticos para debilitar una juventud que que el futuro será esclava de todo tipo de material de autoayuda, consumiendo todo tipo de mierdas coaching, consumidos en frustración.

Pasa con la literatura, con la poesía, con las matemáticas... El objeto-enemigo final es el libro, porque no hay nada menos consumista que dedicarse horas y horas, días y días, a la lectura de un libro.




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