Pero hubo un tiempo en que los charnegos nos sentíamos poderosos. Al menos mientras no saliéramos de nuestro barrio. En Esplugues de Llobregat, a cinco minutos de la Diagonal de Barcelona, cuando yo era crío casi todos éramos charnegos, catalanes había pocos, muy poquitos. Los catalanes eran una minoría étnica. No sabíamos de dónde habían venido (de hecho ignorábamos que no habían venido), y eran muy diferentes a nosotros. Tenían unos dedos extrañamente largos y finos con los que tocaban un extraño instrumento musical llamado “flauta dulce”, y un paladar capaz de producir sonidos imposibles para nuestro oido, (en las “corales”). Los “farigolas” (que así les llamábamos), nunca se mezclaban con nosotros, ni nosotros con ellos. Los poquitos que había en el barrio se reunían por las tardes en centros exclusivos para ellos (“el cau”) para hacer “gresca” y “xerinola”, fuera lo que fuera eso.
Incluso leían sus propios tebeos. Mientras que los charnegos teníamos el “Mortadelo” o el “Zipi y Zape” y demás morralla a granel de la editorial Bruguera, los catalanes leían “Cavall Fort” y “Tretze Vents”, dos publicaciones de una calidad infinitamente superior. Me encantaba leer aquellos tebeos “para catalanes” en la biblioteca popular del barrio, un acto de lesa traición étnica, pero es que eran una lectura deliciosa. Los recuerdo con mucho cariño, encuadernados en gruesos volúmenes recopilatorios anuales.
En aquella época algunos charnegos dábamos miedo. Pero para miedo, los quillos. Porque si nosotros dábamos miedo a los catalanes, los quillos nos daban miedo a nosotros. Cómo explicarlo... Si los catalanes fueran los blancos, los charnegos seríamos los negros y los quillos serían los caníbales. Los podías encontrar por las tardes en los futbolines vendiendo tabaco suelto, “chorrando” en los supermercados, o en los terraplenes y descampados del barrio reventando a pedradas un televisor o cualquier otro electrodoméstico abandonado para extraer de sus entrañas el precioso cobre.
Luego llegó “La Norma” y en las escuelas charnegas se fue introduciendo poco a poco la lengua catalana.
El catalán era un idioma muy raro para nosotros. Por ejemplo, los perros, que en castellano ladraban normal, “¡guau!, ¡guau!”, en catalán hacían “bup! bup!”. A mí esto me tenía alucinado. Yo acercaba la oreja a todo perro que veía en la calle para comprobar semejante fenómeno, pero sin ningún resultado. En mi barrio hasta los perros eran charnegos. El tercer mundo pasoliano empezaba justo en mi barrio.
En aquellos tiempos el president Jordi Pujol proclamaba “es catalán todo aquel que vive y trabaja en Catalunya” pero al mismo tiempo rechazaba aceptar como cultura catalana las obras en castellano de escritores barceloneses como Vázquez Montalbán, Eduardo Mendoza, Juan Marsé, Jesús Ferrero...
Pero Pujol también tenía cosas buenas, como aquella célebre frase “la feina ben feta no té fronteres, la feina mal feta no té futur” (el trabajo bien hecho no tiene fronteras, el trabajo mal hecho no tiene futuro), señalando el rumbo de la prosperidad catalana más allá de sus fronteras, en la internacionalización. Qué poco hemos avanzado en todos estos años. Da miedo ver cuánto hemos retrocedido, y da más miedo ver cuánto podemos retroceder.
Pero aún hay esperanza. El miércoles pasado, en el Diari de Tarragona, encontramos la siguiente noticia:
Formación de excelencia para abrir el talento de Reus al mundo
http://www.diaridetarragona.com/reus/73737/formacio-dexcel%C2%B7lencia-per-obrir-el-talent-de-reus-al-mon
Un instituto público de Reus es el cuarto instituto de Catalunya que ofrece el “bachillerato internacional”.
Un sistema educativo fracturado como el catalán es vulnerable a la infección por agentes nocivos como “Nova Escola 21”, pero también permite la incorporación de propuestas de prestigio internacional como esta.
El Bachillerato Internacional (BI) surgió en Ginebra en los años 60 como una iniciativa para proporcionar un marco educativo sólido y de calidad a los hijos de las familias que tenían que residir durante años en el extranjero.
Un BI es un sello de calidad de un bachillerato exigente, sólido y con un currículum avalado internacionalmente, que permita al alumno el posterior ingreso en cualquier universidad del mundo con las máximas garantías de éxito. Es un bachillerato que nos iguala a todos “por arriba”, no “por debajo”.
En un BI hay reválida: Al finalizar el segundo año, el alumno debe examinarse mediante una prueba que exactamente igual para todos los alumnos en todos los institutos BI del mundo. Y encima el alumno debe pagar el coste de dicha prueba, que asciende a 1500 euros, en mensualidades de 70 euros. Repito: En el BI no sólo hay reválida, además es carísima y la paga la familia del alumno. Intentaré explicarme mejor: Actualmente en la escuela pública catalana hay alumnos de bachillerato que pasan reválida, pagando 1700 euros, y en castellano.
El proceso de selección de alumnos es muy exigente. No sólo se exige una nota de entrada superior a ocho, sino que además hay que pasar una entrevista personal.
Por cierto, el profesorado que imparte un BI se selecciona totalmente “a dedo” por parte de la dirección del instituto, incluso en los institutos públicos. Además, en Catalunya se llega incluso a la suavización de la sagrada obligatoriedad de la lengua catalana como lengua vehicular. Y también en Catalunya un peculiar filántropo millonario (Institut Cellex) concede generosas becas para estudiar BI a los jóvenes más preparados y talentosos.
Pero lo más llamativo de un BI es la ausencia de todas las estupideces y majaderías pseudoeducativas de la “nueva educación”. Es un entorno educativo limpio de la fina lluvia ácida de mierda pedagógica que pudre actualmente toda la educación. No encontrareis cojines mullidos de colores a lo “Google”, ni proclamas a favor de lo lúdico y la felicidad, ni pomposos gurús educativos proclamando las excelencias de las nuevas tecnologías. Una huelga de deberes es simplemente impensable. El BI se basa en la solidez y profundidad de los temarios y la exigencia en el aprendizaje.
El BI es lo que deberían ser todos los bachilleratos: Un bachillerato exigente desde inicio a fin, con temarios sólidos, profundos y estables, y con una reválida final exigente y única, exactamente igual para absolutamente todo el mundo. Un modelo a seguir que, muy significativamente, no tiene apenas difusión.
Un bachillerato con el que aspirar a ser realmente internacionales, para salir del barrio, para enterrar definitivamente en el basurero de la historia toda aquella miseria de charnegos, quillos y farigolas.
Excelente, Gerard.
ResponderEliminarGerard:
ResponderEliminarNo en tenia ni idea d'això del Batxillerat Internacional!
Gràcies per explicar-ho.
M'ha agradat molt el teu article.