viernes, 11 de mayo de 2018

Charnegros

La semana pasada vi la película "El buen maestro". Va de un profesor de lengua francesa en un prestigioso instituto en el centro de París. Es un profesor estricto y exigente, y trata con una extrema severidad a sus alumnos, todos blancos. Un azar de la vida le lleva a pasar un año como docente en un instituto de los suburbios, en las "banlieues" de París, donde todos los alumnos son inmigrantes, la mayoría negros. Al principio su rigidez y sus pretensiones académicas no le generan más que disgustos y conflictos con sus alumnos.


Le pasa de todo al pobre, pero al final de curso acaba alcanzando un buen clima en su clase, una agradable sintonía con sus alumnos, en especial con Seidon, un niño negrito especialmente conflictivo y rebelde, un chaval que obtiene en sus exámenes y en sus dictados las mejores notas de toda la clase. Pero  copiando. Y el profesor lo sabe y le deja copiar, a cambio de tenerlo contento. Fraternité, todo muy fraternal, pero a costa de tirar a la basura el principio fundamental republicano de la egalité:  Una misma educación para todos los ciudadanos, blancos y negros. Cuando ese joven negro crezca y compruebe que su educación de suburbio es un fraude que le impedirá acceder a los buenos puestos de trabajo, que quedarán  reservados para los blancos de la educación estricta y exigente del centro de París, ¿estará allí con él, aquel profesor blanco coleguita? Yo creo que no.

La misma situación la vimos hace unos años en la cuarta temporada de la magnífica serie americana "The Wire", una temporada dedicada a la educación.


Un policía quemado profesionalmente (mató por error de un tiro a un compañero en la temporada anterior) decide ejercer como profesor de matemáticas en un instituto de los suburbios de Baltimore. Y las pasa canutas el pobre con aquellos chavales, todos negros, en un contexto social durísimo. Pero al final se los gana, al final consigue un clima agradable de clase. Y todo porque encuentra en el juego de los dados la motivación matemática que aquellos chavales necesitan: Ganar en las timbas de dados que hay por las esquinas del barrio.


La imagen haría las delicias de todos esos majaderos promotores del "aprendizaje por competencias": ¡Un bonito ejemplo de cómo enseñar matemáticas divertidas en contextos difíciles aplicándolas a problemas de la vida real! en este caso el estudio de las probabilidades de ganar a los dados. Si no fuera, ¡ay! por un detalle: Que es todo mentira. Que la probabilidad, para ser realmente aplicable, requiere de una base teórica terriblemente profunda, sólo accesible después de muchísimo estudio abstracto.

No hay nada que pueda substituir a una buena base cultural, no hay nada que pueda reemplazar una educación basada en la acumulación de conocimientos evaluables mediante pruebas objetivas. Las reválidas son el mecanismo mediante el cual el sistema educativo alcanza la grandeza de ser un ascensor social para las clases humildes.

Nuestros padres, los que vinieron a Catalunya en los años sesenta desde el resto de España, tuvieron siempre muy clara su condición étnico-social y la educación que querían para sus hijos. Querían la educación de los blancos-catalanes para nosotros, sus hijos los negros-charnegos nacidos en Cataluña. Porque querían, por encima de todo, que en el futuro sus hijos pudieran acceder a los puestos de trabajo más dignos, los mismos puestos de trabajo que los blancos-catalanes, los sueldos de los blancos-catalanes y las condiciones laborales de los blancos-catalanes. Eso era lo que querían nuestros padres para nosotros. Qué poca épica patriótica, ¡pero cuanta grandeza humana!

No sé si ha quedado claro que para mí, los charnegos somos a los catalanes como los negros son a los blancos en la tele. Lo explicaré de otro modo: Miras la típica película americana, con la típica familia blanca de clase acomodada con la típica hija veinteañera rubia, que naturalmente encontrará el amor de su vida en un joven negro. Pues tú fíjate en el negro. Seguro que es alto, guapo, elegante, lleva un traje carísimo y el último modelo de reloj de platino, tiene estudios en Harvard y es un solicitadísimo profesional en la abogacía (Ahí es cuando tu madre, que está mirando la peli contigo, dice aquello de "mira que negro tan guapo"). Y tú te preguntarás ¿y porqué ese negro es tan elegante, lleva ese traje carísimo y ese reloj de platino, tiene estudios en Harvard y es un solicitadísimo profesional? Porque es un negro. Porque si fuese un blanco podría ir desaliñado y con tejanos porque tendría que demostrar nada a nadie, pero el negro tiene que demostrar siempre su valía. Esa es la diferencia entre catalanes y charnegos. Ellos no tienen nada que demostrar nunca.

En Cataluña ha habido un único sistema educativo, el mismo para blancos y para negros, es decir para catalanes y para charnegos. En Catalunya la educación no fue nunca un fraude, al contrario, fue durante décadas un efectivo y justo ascensor social. Los catalanes querían un sistema educativo propio, y los charnegos queríamos un sistema educativo justo y exigente, y todos tuvimos lo que quisimos. Todos salimos ganando.

Los mismos exámenes para todos, el mismo nivel de exigencia. El charnego que quería acceder a la Universidad sabía que tenía que aprobar el bachillerato catalán y la selectividad catalana. Y eso llevaba implícito aprender la lengua catalana tan bien como los catalanes, y la historia de Catalunya explicada, naturalmente, desde el punto de vista de los catalanes.

Te pondré un ejemplo de cuando yo me preparaba para la Selectividad, hace ya más de veinticinco años. El examen de lengua catalana era rigurosísimo con la ortografía, y escribir por ejemplo "Pere y Miquel", con y griega castellana, se consideraba un pecado mortal ortográfico, quedar como un paleto. Pero en el examen de castellano, escribir "Pedro i Miguel", con i latina catalana se consideraba un pecadillo sin importancia, era lo que se llamaba un "fenómeno de contacto", que en tu alma castellana iba calando el espíritu del catalán. Casi te daban una piruleta.

Para los charnegos la catalanidad era la lengua catalana, y la lengua catalana era la normativa. El catalán llegó en los años ochenta a los colegios del extrarradio de Barcelona de la mano de una niña llamada "La Norma". Y "La Norma" nos explicaba cosas como que los perros en Catalunya no decían "guau guau" sino "bup bup". Por la normativa.  Y no valía el truco de cortar el final de la palabras, porque un cortado no era "cortat", sino "tallat". Y así todo. En TV3, la televisión pública catalana, ha sido  costumbre graciosísima hacer burla del president charnego Montilla por decir "Bona noch, és un chist". Aunque era mentira y jamás Montilla dijo tal cosa, pero daba igual, porque  él era charnego y como charnego tenía que aguantar la "bromita" del blanco-catalán, como el negro trajeado de la película de antes, que tiene que aguantar con su mejor sonrisa la bromita racista del padre de la novia. Quien algo quiere, algo le cuesta. Cuando en América tenían un presidente negro, en Catalunya teníamos un president charnego.

Pero todo esto es anecdótico. Notas para una Historia Sentimental del Charneguismo catalán que jamás será escrita, porque sólo importa a cuatro nostálgicos de los años ochenta como yo. Lo único que importa es que hubo un único sistema educativo para todos, un mismo bachillerato, una misma selectividad y un mismo sistema universitario para todos. Es la grandeza de nuestros padres, que "sólo" (¿acaso te parece poco?) querían un futuro digno para sus hijos, sin lecturas épicas ni patriotismos baratos. Negros que quisieron para sus hijos negros la educación de los blancos. Mi generación tiene una deuda de gratitud con ellos.

A medida que se va degradando el sistema educativo, a medida que se va agrietando se alzan voces para romper el sistema educativo catalán, que denuncian "adoctrinamiento", que exigen bilingüismo en las escuelas ¿Qué quieren, una escuela para blancos y otra para negros? Es la peor noticia posible  para todos, catalanes y charnegos. No importó un pimiento el bilinguismo ni el supuesto adoctrinamiento durante décadas y décadas, cuando los escaños de Convergència eran codiciados en Madrid para alcanzar mayorías parlamentarias. Todos recordamos aquellas noches electorales tan graciosas, cuando en la calle Génova la multitud pasaba de cantar  aquello de "Pujol, enano, habla castellano" con una previsión de mayoría absoluta, a cantar aquello de "Pujol, guaperas, habla como quieras" al ver que serían necesarios los votos del nacionalismo. El Estado Español vendió barata, muy barata la carne charnega al nacionalismo catalán para garantizar la lealtad del nacionalismo catalán a la cultura del pelotazo y la especulación inmobiliaria en todo España, para consolidar y blindar un sistema político corrupto y podrido hasta la médula. Entonces importaba un pimiento el bilingüismo o el "adoctrinamiento" en las escuelas, porque había dinero y "chollos" para todos. No, nosotros los charnegos no debemos ninguna lealtad ni gratitud al Estado Español, jamás hizo nada por nosotros, debemos gratitud a nuestros padres, que llegaron a Cataluña y quisieron el mejor futuro para sus hijos, y lo tuvieron.

¡Oh, oh! ¿Qué es aquello que se atisba en lontananza? ¡Es el Séptimo de Caballería Español, que viene a Cataluña a denunciar que los catalanes reescriben la historia al gusto catalán! ¡No, la van a reescribir al gusto albaceteño, si te parece!

Sí la inmersión lingüística, no al bilingüismo en las escuelas catalanas,
 (Y sí a las Reválidas)

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