domingo, 2 de junio de 2019

La leyenda del indomable

No puedo dejar de sentir compasión por el pobre policía catalán del «La república no exite, idiota». (link)

Estamos ante el primer caso de agresión con verdad punzante del siglo XXI. El ciudadano que recibió en plena cara el impacto de una verdad ni aceptada ni deseada exige a la justicia cumplida compensación por el dolor causado. El policía se enfrenta ahora a duras penas por haber agredido la burbuja metafísica de dicho ciudadano.

- ¿Qué sintió usted cuando el policía le espetó que la república no existe?

- ¡Dolor, señor juez, mucho dolor, en lo más profundo de mi ser!

Pero ¡atención! El acusado proclama su inocencia, y reincide en su agresión: (link)

- ¡Señor juez, protesto! ¡Es un dato objetivo!

La sala entera se levanta indignada.

-¡Orden! ¡Orden en la sala!

La acusación popular protesta mientras el pobre ciudadano cae de la silla en un dolor insoportable.

-Ai, quin mal! Quin dolor tan gran! Ai, que em diu que és una veritat objectiva! ¡Qué le he hecho yo a este policía para que me agreda de forma tan inmisericorde!

En Cataluña se está celebrando el primer juicio metafísico del siglo XXI, con un policía acusado de agredir con «verdades objetivas».

Todo esto me recuerda una historia que me contó un compañero hace muchos años. Fue después de una cena y los consabidos chupitos y licores, cuando un profesor de los veteranos se arrancó a contarnos a los jóvenes y novatos del instituto...

La leyenda del indomable

Todo sucedió en ese mismo instituto, muchos años atrás, en los tiempos míticos prelogsianos. Nos situarnos: Un instituto «chungo» en un barrio «chungo» dc una de las principales ciudades del extraradio de Barcelona. Un chaval insolente, insufrible, insoportable, llevaba de cabeza a los profesores.
El sujeto se aguantaba como se podía, pero un buen día las cosas se salieron ya de madre, llegó a tal punto su insubordinación, llegó su comportamiento a ser tan contrario a las normas más básicas de la convivencia y el respecto mínimo, que los profesores se vieron en la necesidad de llamar a la policía local para que se llevara aquel sujeto.

Se presentó la policía local al instituto, y aunque se puso delante del insurrecto joven un veterano agente, aun así continuaba aquel con sus impertinencias, majaderías y burlas.

Y aquel policía, sin mediar palabra, le soltó una bofetada a nuestro protagonista, solo una, pero tan bien ejecutada, que si el sopapo fuera modalidad olímpica seguro hubiera recibido las más altas puntuaciones y la aclamación unánime del público asistente.

Pero lo que se produjo fue el silencio, y hecho el silencio, el policía habló al joven, una sola frase, y aquel joven le escuchó, física y espiritualmente conmovido:

- ¿Te crees que soy un profesor o qué?

Aseguran testigos presenciales haber visto furtivas lágrimas en los ojos de los profesores presentes: Fijación de conceptos y deslinde de categorías en dos tiempos: Bofetada y frase.
 
Y aquí acaba la leyenda del indomable, que sucedió en los tiempos míticos anteriores a la reforma, en el siglo pasado.

Por cierto, en aquel mismo instituto, años después, ya entrado el siglo XXI, ocurrió un incidente muy significativo. Resulta que se descubrió que la mochila de uno de los alumnos más jóvenes, un chaval de doce años, emanaba un fuerte e inequívoco olor a marihuana. Y la dirección del centro, ante semejante evidencia  olfativa, (¡Ay, nuevamente las “realidades objetivas”, cuidado con ellas!)  decidió inspeccionar la mochila aprovechando un momento en que aquel chiquillo estaba en el recreo. ¡La que se lió fue buena! Llegó el caso a SOS Racisme (el chico era africano), y al Síndic de Greuges, con la dirección del centro acusada de agredir al chiquillo,  por haberle inspeccionado su mochila sin su permiso y sin la presencia de sus padres. El caso llegó a aparecer en El País (link).

¡Esto es el siglo XXI, idiota!



“Una novela es un espejo que se pasea por un camino real. Tan pronto refleja el cielo azul como el fango de los cenagales del camino. El hombre que lleva el espejo será acusado por vosotros de inmoral. ¡El espejo refleja el fango y acusáis al espejo! Acusad más bien a la carretera en que está el cenagal, o mejor aún, al inspector de caminos, que permite que el agua se encharque y lo forme”.

Stendhal

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