Este humilde blog pretende estar a la altura de los momentos revolucionarios políticos y educativos de Catalunya, con un merecido homenaje a uno de los diseños más bellos y elegantes de la historia de la ingeniería civil, una obra magna, un hito de la ciencia. Me estoy refiriendo al “puente más económico del mundo”, del insigne ingeniero Mr. Arnold Buckinson de Massachussets. Su construcción es maravillosamente simple, elegante, baratísima:
“El puente se reducía simplemente a un método por el cual un tren avanzaba por una rampa acercándose al canal a una velocidad suficiente para impulsarlo de una parte a otra, describiendo una curva parabólica de modo que aterrizaba en las vías del otro lado”
El “puente de Buckinson” es no poner puente.
Nuestos amados dirigentes políticos, los arquitectos de la nueva Catalunya, se han ganado un lugar en la historia por diseñar y ejecutar “el proceso de autodeterminación más económico del mundo”, basado en la ausencia total de proceso: Se lanza a toda máquina el tren Catalunya, con la población catalana dentro, por el extremo español del precipicio, y aterrizaremos, después de realizar una bonita trayectoria parabólica, en el otro extremo del barranco, en la tierra prometida de la república catalana independiente.
No se ha hecho nada ilegal. Ni tampoco nada legal. No se ha hecho nada. No hay puente. No sé si me explico.
A lo largo del verano ha cesado o dimitido toda la cúpula de la Consellería d’Ensenyament, tal vez porque interesa que el tren vaya cuanto más ligero mejor, y un sistema educativo sólido y estable, es algo que se presenta pesado, incómodo, rígido, estéticamente contrario a la imagen volátil de un tren lanzado por el cielo en bonita trayectoria parabólica.
Bien pensado, todas la políticas educativas (catalanas y españolas) de los últimos años ha seguido este mismo principio: Aligerar, simplificar, reducir... Menos temarios, menos asignaturas, menos contenidos, menos conocimientos... “¡Más madera, es la guerra!” exclamaba Grouxo Marx, alimentando la locomotora con la madera de los vagones.
Cuanto menos conocimientos, menos conciencia, menos miedo a saltar en el vacío. La clave está en la velocidad, en que todo vaya muy pero que muy rápido.
No siempre fue así. Os recomiendo la lectura del libro “Einstein y los españoles”, de Thomas F. Glick, un estupendo análisis de la sociedad española de los años veinte del siglo pasado.
(Está disponible en pdf en http://www.jae2010.csic.es/documentos/publicaciones/publicacion12.pdf )
El autor propone la idea de “discurso civil”
“...Este libro es una contribución a la historia del discurso civil en materias científicas en una sociedad ideológicamente polarizada: la España de los primeros veinticinco años de esta centuria. Por discurso civil entiendo el proceso por el cual una elite dividida pacta poner en suspenso, de mutuo acuerdo y en determinadas áreas, el hábito de hacer que todas las ideas sirvan para fines ideológicos. En la España de alrededor del cambio de siglo, tales condiciones llegaron a prevalecer en las áreas de la ciencia y la tecnología, en el propósito de modernizar el país, puesto que su retraso científico fue identificado por todos los sectores políticos como una de las principales razones de la derrota de España en 1898. En este contexto el discurso civil es considerado como el mecanismo central, mediante el cual se creó una amplia base de apoyo a la ciencia pura y se configuró un clima de opinión que valoraba positivamente a la ciencia...”
“...Es interesante señalar que, cuando el discurso civil empezó a quebrarse en los años 1930, el estilo de invectivas del siglo XIX se hizo de nuevo respetable entre los católicos más moderados hasta renacer de modo genuino como un distintivo de la hostilidad franquista hacia la ciencia moderna en los años 1940...”
Las primeras décadas del siglo XX fueron uno de los pocos momentos en la historia de España y de Catalunya en la que los políticos dejaron de tener protagonismo (ai! qué poquito homenaje a Prat de la Riva este agosto en el centenario de su muerte) y la sociedad se volcó en la curiosidad intelectual, en participar de las revoluciones culturales que llegaban de Europa. Glick se centra en tres: el psicoanálisis de Freud, la teoría de la evolución de Darwin (del siglo XIX) y en la teoría de la relatividad de Einstein. En un momento como el actual, en el que todo está tan terriblemente politizado, es una lectura muy recomendable.
(por cierto, el puente de Buckinson lo he tomado del libro de Glick. El ínclito ingeniero Arnold Buckinson, tan genial como irreal, jamás se atrevió a construir de verdad su diseño. Los políticos sí.)
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