miércoles, 22 de diciembre de 2021

La delinqüència parla en castellà

En estas últimas semanas los castellano-parlantes de Catalunya han oído hablar de derechos. De derechos lingüísticos. Poco ha tardado el gobierno de la Generalitat en dejar claro, meridianamente claro que jamás existirán derechos lingüísticos para los catalanes castellano-parlantes porque jamás se aceptará la existencia de catalanes castellano-parlantes. No pueden tener derechos aquellos que no existen.

El castellano es y será una lengua invasiva, y el catalán es y será la única lengua propia de Catalunya. La última sentencia del Tribunal Supremo exigiendo a la Generalitat un 25% de clases escolares en castellano es la constatación de más de 10 años de incumplimientos sistemáticos de sentencias judiciales. 

Y lo que es más importante: Todo esto se realiza con la complicidad del gobierno español y toda la progresía peninsular, dedicados todos al ancestral arte de mirar para otro lado.

Pero todo esto tú ya lo sabes. 

No quiero acabar el año sin rendir un merecido homenaje a mis padres y a todos aquellos inmigrantes que vinieron a Catalunya en los años sesenta. Todo esto lo tuvieron bien claro, y bien claro nos lo dejaron siempre a nosotros, sus hijos, la primera generación de charnegos "catalanes", los que "ya nacimos aquí": Jamás habría derechos para nosotros, no vendría nunca el Séptimo de Caballería. Debíamos aprender la lengua de la clase dominante. Era una cuestión de supervivencia. 

El momento también acompañaba, no te diré que no. En los años ochenta las cosas estaban mucho más claras. Delante de mi instituto había un graffiti tan sencillo como contundente:

La delinqüència parla en castellà

La delincuencia habla en castellano. Y lo lo leía, un día tras otro, un año tras otro, en el rato del recreo, mientras me zampaba mi bocadillo de chorizo y me fumaba ni cuarto o quinto Ducados de la mañana (¡Cómo echo de menos los años ochenta!). Lo leía y lo aceptaba (en mi universo cultural de aquel entonces: el Maki Navaja, el Vaquilla, la querida Anarcoma, Makoki, el Pijoaparte, el mundo de Pepe Carvalho...) Todo encajaba a la perfección. Había dos mundos, dos ADN, dos razas, nosotros los quillos y ellos.  Y un solo objetivo: Sobrevivir, prosperar, al precio que fuera. La Nacional II era la Ruta 66 de las uvas de la ira charnegas. Marsé y Montalbán escribieron sobrenuestros padres, aquellos castellanos, andaluces, gallegos, llegados a la California catalana, pero nadie escribirá nunca sobre nosotros, sus hijos, los que "ya nacímos aquí". Cada día me cuesta más identificarme como "catalán", pero, ¿qué soy entonces?. Un "ya nacido aquí" diría mi madre. 

En estos momentos de ruido mediático debemos ser exactos y precisos. En relación con el caso del niño de Canet ha circulado por las redes la fotografía de Rudy, la niña negra escoltada por policías:


Llevando el rigor y la exactitud como norma en este humilde blog, hay que aclarar que son casos distintos:  En el caso de Rudy, los policías que la acompañan son policías federales, traídos directamente de Washington porque no había forma de encontrar ni un solo puñetero policía de aquel provinciano mundo de la América profunda que quisiera escoltarla. En el caso de Canet ha sido la policía propia la que (tal vez por el miedo de una fotografía de guardias civiles en la puerta del colegio) ha asumido el encargo de su seguridad. 


No es lo  mismo. ¡Felíz Navidad a todos!


2 comentarios:

  1. Hola, Gerard, quiero hacerte una pequeña precisión. Mis padres -aragonés mi padre y castellana mi madre- llegaron a Cataluña en los años 40. Mi hermana nació en 1953 y yo nací en 1957, ambos en Barcelona, así que somos tan catalanes como ese Puigdemont que ha huido de Cataluña. Y tan españoles, mal que le pese: nació y morirá español, así es la vida. Ya en aquellos años 40, hubo andaluces, extremeños, castellanos o aragoneses que arribaron con todo el derecho del mundo a Cataluña, y también mucho antes, así que ni la tuya ni la mía son la primera generación de catalanes a la que otros catalanes que se lo tendrían que hacer ver les ponen etiquetas desafortunadas. Te lo voy a explicar: mientras tus padres llegaban a Cataluña en los años 60, nosotros hacíamos el viaje al revés y nos instalábamos en Málaga, donde nadie a mi hermana y a mí, catalanes, nos llamó charnegos, chornegas ni nada parecido; aún estábamos en esos años 60 cuando vinimos a Madrid, con iguales resultados: en ambos sitios la cosa fue de lo más normal: se nos recibió y se nos trató como a unos más -y te aseguro que Madrid no tiene nada que envidiarle a Cataluña como destino de españoles de otras regiones-, es decir, como a españoles que llegaban a un punto de su país a ejercer su natural derecho a vivir allí. El problema lo tiene Cataluña, que está sojuzgada por un caciquismo separatista de traumas freudianos que es incapaz de admitir algo muy sencillo: que son una parte de un todo y que no son los amos de aquello. Ni tienen derecho a echar a nadie, ni a imponer sus reglas propias a nadie, ni a creerse superiores a nadie.
    El clasismo feroz de Cataluña, unido a ese supremacismo y esa xenofobia de los catalanistas (no solo de los nacionalistas) es su particular cáncer. Daño le ha hecho siempre (y, de rebote, al resto de España), pero el de ahora es uno de los momentos más delicados, porque, por mucho que la izquierda y demás se quieran poner una venda, ahí está lo de Canet, el 1-O y mil cosas que tú conoces mejor que yo. Son cosas que se tendrán que arreglar y la solución no es echarles la culpa a los charnegos o expulsar el español de la escuela. Los que vivimos fuera de la burbuja lo vemos de otro modo. Felices fiestas.

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  2. Gracias, Guachimán, por tus palabras. ¡Feliz Navidad!

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