[...] superación de la minoría de edad del
hombre, de lo cual él mismo es el responsable.
Minoría de edad quiere decir incapacidad
de servirse de su entendimiento sin la
orientación de alguien, minoría de edad de
la que él es responsable, ya que la causa no
reside en un defecto del entendimiento, sino
en una falta de decisión y de coraje de servirse
de éste autónomamente. iSapere Aude!
Ten el coraje de servirte de tu propio entendimiento.
Esta es la premisa de las Luces
(Kant, 1784)
De los seis matemáticos franceses asociados a la Revolución Francesa de 1789 ( Legendre, Lagrange, Monge, Laplace, Carnot y Condorcet), fue este último el que más insistió en la importancia de un sistema educativo básico y universal como elemento fundamental en la República.
Su obra "Bosquejo de un cuadro histórico del progreso de la mente humana" (link) es una pequeña historia universal de la tiranía y la opresión, en la que ordena el progreso humano en diez fases evolutivas, desde la más absoluta tiranía primitiva hasta llegar a la décima fase, la que instaurará su idolatrado Napoleón, en la que el hombre será, por fin, ciudadano plenamente libre.
La tesis de Condorcet es la siguiente: La tiranía y la opresión aparece siempre que unos individuos necesitan de otros individuos para interpretar el mundo, cuando necesitan que "se les explique las cosas". Cuando el individuo necesita de "intermediarios" para aprender, cuando no es capaz de llegar por sí mismo al conocimiento, queda a merced de todo tipo de miserables embaucadores.
Estos "intermediarios" (los ha habido siempre: los antiguos sacerdotes, los políticos mediocres, los "expertos educativos" actuales...) explican el mundo sí, pero a su conveniencia, y se convierten en opresores o esbirros de los opresores. Son los "listos" que siempre ha habido a lo largo de la historia.
Así pues, el ser humano, nos dice Condorcet, solo podrá ser realmente libre cuando no necesite ya de estos "intermediarios", cuando pueda aprender y llegar al conocimento por sí mismo. Y esta es la misión de la instrucción pública y universal de la futura República: Que todos los ciudadanos puedan tomar un libro, cualquier libro, sentarse en una silla y leerlo, sin necesidad de que nadie "se lo explique".
¿Cuantos bachilleres actuales pasarían esta prueba de ciudadanía? ¿Cuántos de nuestros jóvenes, incluso universitarios, son mínimamente autónomos en su aprendizaje, son capaces de tomar un libro y leerlo, entero? De hecho... ¿Cuántos de nuestros jóvenes leen algún libro? Asusta solo pensarlo. Toda la parafernalia multimedia, toda esa necesidad de asistencia cibernética en la que viven sumergidos nuestos jóvenes, ¿no es acaso síntoma de su miserable invalidez cognitiva?
Así como Lutero se atrevió a denunciar la "interpretación" del Papa en lo que es pecado o no lo es, convertida en un miserable mercadeo de bulas, así muchos profesores denunciamos la "intermediación" de la "nueva educación", es decir, en el poder dar títulos educativos a quien no se lo merece en absoluto. Y esta corrupción se extiende sin freno desde la educación infantil hasta el bochornoso mercadeo de másteres universitarios otorgados sin examen, mediante la presentación de "trabajitos", el equivalente adulto de la cartulina de macarrones pintados.
Para entender la idea de Condorcet podemos tomar como ejemplo la Catalunya actual, en la que un tal Eduard Vallory, un "iluminado" colocado por no-sabemos-quién en no-sabemos-qué cargo y cobrando no-sabemos-cuanto dinero público, se autoasigna la misión de guiarnos, de decirnos a nosotros, los profesores y maestros catalanes, pobres imbéciles, como debemos hacer nuestro trabajo. Mantengamos esta idea en la mente, pues esto sería, para entendernos, la antítesis de una República. ¡Cómo vamos a inculcar la autonomía en nuestros jóvenes si incluso nosotros, los profesores, estamos necesitamos de estos gurús de medio pelo que no han pisado un aula en su vida!
Leemos en "Bosquejo de un cuadro histórico del progreso de la mente humana":
[...]La igualdad de instrucción cuyo logro puede esperarse, pero que debe ser suficiente, es la que excluye toda dependencia, forzada o voluntaria. Mostraremos, en el estado actual de los conocimientos humanos, los medios fáciles de llegar a este fin, aun para aquellos que no pueden dedicar al estudio más que un pequeño número de sus primeros años y, durante el resto de su vida, unas pocas horas de ocio. Haremos ver que, mediante una fortunada elección, tanto de los conocimientos en sí mismos como de los métodos de enseñarlos, se puede instruir a a la masa entera de un pueblo acerca de todo lo que cada hombre tiene necesidad de saber para la economía doméstica, para la administración de sus asuntos, para el libre desarrollo de su industria y de sus facultades; para conocer sus derechos, para defenderlos y ejercerlos; para instruirse acerca de sus deberes, para poder cumplirlos bien; para juzgar sus actos y los ajenos, según sus propias luces, y no ser extraño a ninguno de los sentimientos elevados o delicados que honran a la naturaleza humana; para no depender ciegamente de aquellos a quienes el hombre está obligado a confiar el cuidado de sus asuntos o el ejercicio de sus derechos, para estar en condiciones de elegirlos y de vigilarlos, para no ser ya la víctima de esos errores populares que atormentan la vida con supersticiosos terrores y quiméricas esperanzas; para defenderse contra los prejuicios sólo con las fuerzas de la razón, para librarse de los señuelos del charlatanismo, que tendería trampas a su fortuna, a su salud, a la libertad de sus opiniones y de su conciencia, so pretexto de enriquecerle, de curarle y de salvarle.
Desde ese momento, los habitantes de un mismo país, al no distinguirse entre sí por el uso de un lenguaje más tosco o más refinado, al poder gobernarse igualmente por sus propias luces, al no estar ya limitados al conocimiento maquinal de los procedimientos de un arte y de la rutina de una profesión, al no depender ya, ni para los asuntos menores, ni para procurarse la menor instrucción, de hombres hábiles que los gobiernen por un ascendiente necesario, de todo ello resultará una igualdad real, puesto que la diferencia de las luces o de los talentos ya no puede levantar una barrera entre hombres a quienes sus sentimientos, sus ideas y su lenguaje permiten entenderse; de los que unos pueden tener el deseo de ser instruidos por los otros, pero sin tener la necesidad de ser conducidos por ellos; pueden querer confiar a los más ilustrados el cuidado de gobernarlos, pero sin estar obligados a entergarse a ellos con una confianza ciega. Es entonces cuando esa superioridad se convierte en una ventaja incluso para los que no participan en ella, cuando existe para ellos y no contra ellos. [...]
Desde ese momento, los habitantes de un mismo país, al no distinguirse entre sí por el uso de un lenguaje más tosco o más refinado, al poder gobernarse igualmente por sus propias luces, al no estar ya limitados al conocimiento maquinal de los procedimientos de un arte y de la rutina de una profesión, al no depender ya, ni para los asuntos menores, ni para procurarse la menor instrucción, de hombres hábiles que los gobiernen por un ascendiente necesario, de todo ello resultará una igualdad real, puesto que la diferencia de las luces o de los talentos ya no puede levantar una barrera entre hombres a quienes sus sentimientos, sus ideas y su lenguaje permiten entenderse; de los que unos pueden tener el deseo de ser instruidos por los otros, pero sin tener la necesidad de ser conducidos por ellos; pueden querer confiar a los más ilustrados el cuidado de gobernarlos, pero sin estar obligados a entergarse a ellos con una confianza ciega. Es entonces cuando esa superioridad se convierte en una ventaja incluso para los que no participan en ella, cuando existe para ellos y no contra ellos. [...]
Me encanta.
ResponderEliminarSalustiano.