sábado, 25 de mayo de 2019

Bachillerato de mierda

Leo en el diario Ara (link) que el 40% de los jóvenes catalanes que se han presentado a la prueba PAP, un examen específico para entrar en magisterio que solo se realiza en Cataluña, no la han superado. Un examen que no es nada del otro mundo, un poco de comprensión lectora, su poquito de redacción, su poquito de ortografía, y algo de matemáticas básicas, bien sencillitas. Pues miles y miles de jóvenes, con su bachillerato recién acabado, han quedado declarados incompetentes no para dar magisterio como sucedía antiguamente, no, ¡Declarados inútiles para empezar a estudiarlo! Entonces, que Dios me perdone, pero la pregunta viene sola, cae por su propio peso: ¿Qué mierda de bachillerato han cursado?

No debemos descuidar el rigor, pensar bien las expresiones que usamos. Qué es esto de titular «Bachillerato de mierda», así por las buenas. ¿Podemos hablar aún de «bachillerato»? Tal vez no, tal vez deberíamos acostumbrarnos a referirnos al final de la etapa preuniversitaria como quinto y sexto de secundaria, o incluso como un undécimo y un duodécimo de primaria. A este paso, mi sobrina Alba, que cursa P4, ya no dejará jamás parvulitos, una etapa que se extenderá dulcemente hasta los dieciocho años, los niños jamás dejarán de ser niños y la dictadura de pedagogos y su nauseabunda e infecta pseudociencia dominará todo el territorio educativo.

Por cierto, leí esta noticia en el diario independentista Ara, que si bien para todos los males de los catalanes encuentra siempre causa cierta en nuestro sometimiento al yugo español y solución segura en la independencia y la república, en esto no clama a la autodeterminación ni reivindica más autonomía. Será porque hace ya años que Catalunya tiene un sistema educativo totalmente independiente del español, y no se puede culpar a otros de tener un  bachillerato, insisto, de mierda.







Lo que no nos da la prensa nos lo da la literatura. Leo en «La madre naturaleza», de Emilia Pardo Bazán, de 1887:

«[...]Como todos los labriegos que aprenden a leer y escribir de chiquillos, su iniciación en esta maravillosa clave de los conocimientos humanos era muy relativa: saber leer y escribir no es conocer los signos alfabéticos, nombrarlos, trazarlos; es sobre todo poseer las ideas que despiertan esos signos. Por eso hay quien se ríe oyendo que para civilizar al pueblo conviene que todos sepan escritura y lectura; pues el pueblo no sabe leer ni escribir jamás, aunque lo aprenda.[...]»

No se puede ser más claro.

domingo, 12 de mayo de 2019

Principios y aplicaciones de la antididáctica

La antididáctica es liberación. Te pondré un ejemplo.

En la edición digital de El País, me encuentré con el siguiente titular:

«Los niños ven porno a los 11 años. A esa edad hay que hablarles de eso en clase»


En la foto,la inevitable experta finlandesa en educación, de nombre impronunciable, con enorme bufanda mullida.

Y tú miras el titular y dices «pues claro», porque a  ver si vas a saber tú más de educación que una finlandesa con bufanda mullida. Pero el titular es terrible.

Primer dogma de la «nueva educación»: En ningún momento, bajo ninguna circunstancia «prohibir» o «obligar». Y mira que el titular hubiera quedado la mar de sencillo: «¿Los niños ven porno a los 11 años? A esa edad hay que prohibirles eso». Y «los padres están obligados a supervisar todo lo que ven sus hijos».

Segundo dogma de la «nueva educación»: «Que en la escuela hablen de eso». La escuela convertida en la lavandería moral de la sociedad. ¿Que el chaval se ha pasado hasta altas horas de la madrugada en el «pornohub»? Pues nada, que se tome los cococrispis y al cole, que «le hablen de eso». Un prelavado mental, un poco de suavizante ético, dos o tres cápsulas de feminismo desengrasante y a casa como nuevo, a la habitación, puerta cerrada y a seguir dándole a la wifi.

¿Y la liberación? Ahora te explico, verás qué gracioso.

De todo esto había yo conservado únicamente la captura de pantalla de mi
 móvil, la que aparece más arriba, y días después,  queriendo acceder de nuevo a la entrevista del diario El País, hago lo de siempre, la busco en Google.

Escribo en google: «niños de 11 años ven porno»

Y google me contesta «no tengo nada de eso».

Extrañome semejante respuesta, si para cualquier cosa que le preguntes, google te da montones y montones de referencias. Qué cosa más rara. Hasta que comprendí que me había encontrado con el filtro antipedófilos de Google, el filtro anti pornografía infantil.

¡Buf! A ver cómo le digo yo a Google que no estoy buscando porno de niños de 11 años, nonono,sino una noticia del diario El País así titulada, que no es lo mismo. No hubo manera. Parecía que me estaba diciendo «Que no hay nada, tío guarro», «que no insistas, asqueroso» , «que hemos apuntado tu IP y te estamos localizando, so mugroso». ¡Buf!, paso.

Llegados a este punto, reconozcamos que todo el asunto adquiere una nueva dimensión, todo se vuelve mucho más complejo, con nuevos actores involucrados...

Podemos ponernos en plan ciberpunk. Al fin y al cabo, a mi generación nos prepararon de pequeños para cuando tuviéramos que hablar con las computadoras inteligentes, y nos dejaron muy claro que había que tener cuidado con mirillas y ventanucos, que el ordenador dichoso sabría leer los labios, y por una tontería así te podrías encontrar teniendo que volver a la nave espacial sin casco. ¿Pero esto? qué poco glamour...

¿Y si probamos el discurso global-local neoliberal? Por un lado, hemos aceptado dar a cada niño un teléfono móvil, máquinas globales, con las que acceden a los contenidos globales (y el porno es uno más, como las apuestas, los videojuegos...) Lloremos (snif, snif) que qué pena, que no podemos hacer nada. Por otro lado, las escuelas, lo único local que nos queda, lo único con lo que podemos contar... Hemos entregado nuestros niños al Dios de la economía global...

¿Y si nos ponemos en plan psicoanalítico? A ver cómo queda... Los niños, cada vez más jóvenes, accediendo al «ello» en el ciberespacio, los más oscuros deseos, las más bajas pasiones, sin cortapisa ninguna, libres del poder censor del «superyo», sin prohibición ninguna. Y por otro lado, ese «superyo» freudiano represor convertido en gran ojo cibernético, el gran Google que lo sabe todo, que te observa, que apunta todo lo que miras, todo lo que escribes, que no olvida.

No sé, no śé... ¿Qué camino seguir? ¿Qué análisis aplicar? Pues aquí entra el poder liberalizador de la antididáctica: Ninguno.

Porque cuando una sociedad es tan moralmente decadente que ni siquiera puede prohibir ver porno a sus niños de 11 años, cuando se llega a semejante miseria, todo es miserable. Y todo lo que llamamos «educación» o «pedagogía», no es nada más que miseria, un gigantesco fraude, una tomadura de pelo. No, para nada, la escuela no está para «hablar de eso», la escuela está para cosas mucho más importantes. Lo diga quién lo diga, aunque tenga nombre impronunciable o lleve bufanda mullida. Pero lo importante es tener claro, insisto, que no hay nada que hacer, que todo se va, inexorablemente, a la mierda.

P.D. (13/5) Algunos amables lectores comentan que la susodicha experta no es finlandesa, sino islandesa. En un link de la BBC encontramos declaraciones de dicha experta en las que va aún más lejos". Es el tercer dogma de la "nueva educación": Siempre se puede ir más lejos, siempre se puede hacer más grande el disparate, impunemente, y cuanto mayor es el despropósito, más "innovador" queda, más "revolucionario", haciendo más y más grande la burbuja especulativa educativa. Hay dos tipos de pseudociencia, la que no sirve para nada pero no hace daño y la que, además de no servir para nada, es muy perniciosa. La pedagogía es una pseudociencia muy perniciosa.