La vida política
(La Vanguardia, 23 de junio de 1918, página 10)
La actividad del actual gobierno es realmente excepcional; en todos los Consejos de ministros se aprueban proyectos de verdadera trascendencia y sobre materias diversas, algunas tan complejas como todo lo que a la enseñanza pública se refiere. No hay punto importante de la administración pública en que el actual gobierno no haya puesto su mano; en los cuerpos colegisladores están los frutos de su labor y muchos de estos planes ea las Cortes morirán sin discutirse por efecto de los vicios de nuestro régimen. En esto no tenernos remedio posible; con la reforma última del reglamento y con todas las que se intenten ocurrirá lo mismo; no están en las leyes los medios de cortar añejos vicios, sino en las costumbres que no queremos reformar de modo alguno. Los proyectos de ley se discuten largamente ó mejor dicho ocupan mucho tiempo a los señores diputados porque una cosa es discutir y otra pasar el rato. Además las minorías siguen entendiendo su papel en un sentido negativo; hacer la oposición no es proponerlas mejoras que se juzguen oportunas en los proyectos que el gobierno presente, sino combatir al gobierno y al régimen a propósito de todos loa asuntos y con los motivos menos adecuados a este efecto.
En las discusiones relativas a Marruecos y a las reformas militares se han producido ya desde los bancos do la izquierda violentos ataques contra la Corona, achacándole responsabilidades que ni teóricamente ni prácticamente puede tener. Para esto se proclama y defiende esa inmunidad del diputado de que tanto hemos hablado últimamente. Es verdad que en una de las últimas sesiones el diputado socialista señor Prieto ha dicho dirigiéndose al señor La Cierva: «Siento no poder usar aquí el lenguaje que se emplea en la calle». Es una queja que pinta una época parlamentaria; echar de menos el lenguaje callejero para discutir; sentir tener que guardar las escasas formas de corrección que en nuestro Parlamento se emplean es tener una idea de la representación nacional excesivamente avanzada.
Creemos que tarde ó temprano este bello ideal del diputado socialista se verá cumplido y que se prescindirá de convencionalismos tan interesantes como la buena educación en las polémicas; la energía de la frase se confunde muchas veces con la grosería y el que no tiene medios de hacer un discurso notable por las ideas lo puede hacer inolvidable por los insultos. Algo de esto verifica cierta parte de la prensa radical y asi esta segura del aplauso de las personas de gusto detestable. Convertir el Parlamento en club tiene de bueno que aumenta la concurrencia a las tribunas y hasta llena de curiosos la calles adyacentes al Palacio de las Cortes, Las sesiones en que sólo se cruzan razones de banco a banco son sesiones de una sosería lamentable; cuando se cambian injurias, el espectáculo se anima y la tarde se pasa alegremente.
Como complemento a la singular inspiración del señor Prieto, acerca del lenguaje parlamentario, el señor Domingo contestando a una interrupción del presidente, ha dicho en la sesión del jueves: —«Yo hablo para la calle»—lo cual revela una extraña persistencia en convertir el salón de sesiones del Congreso en algo que se asemeje al mercado de verdura de la plaza de la Cebada. No quiere todo esto decir que los radicales de la izquierda desean que se ponga coto a la retórica parlamentaria; ¡ojalá fuera este su empeño! lo que quieren es substituir a las imágenes y metáforas de la preceptiva vigente, la frescura y desvergüenza de la retórica callejera que tiene sus frases hechas, encanto de la chulería madrileña y del pueblo inculto de todas partes. ¡Para qué eufemismos! Las cosas claras y entiéndase que por cosas claras queremos decir cosas injuriosas y ofensivas para el adversario, para sus opiniones y para todo lo que haya de respetable en un país.
Este método de expresión tiene su público. En París,donde han tenido su asiento todas las extravagancias y todos los refinamientos del bueno y del mal gusto, había antes de la guerra un café de varietés denominado Cabaret des truands, dedicado a satisfacer este deseo de emplear el lenguaje violento y grosero.
Entraba el parroquiano, tomaba asiento y el mozo se le acercaba para decirle: ¿Qué quiere usted tomar, grandísimo canalla? -Tráigame un bock, cara de animal, —contestaba el cliente.— Pero so burro, dígame si lo quiere grande o chico para poder servirlo —replicaba el camarero.— Cuando no se detalla se trae chico, estúpido — aducía el cliente.—Pues el ladrón del amo nos manda que los sirvamos grandes— añadía el sirviente.—El amo es un ex presidiario como tú; todos los de esta casa sois una colección de asesinos.
Y asi continuaba la conversación con gran contentamiento de los oyentes y de los actores que hacían lo posible por alcanzar el titulo de campeones de la injuria, de la insolencia y de la grosería. Hay gustos para todos en este mundo. Pero ¿qué pasaba en la calle para la cual hablaba el diputado republicano acusando a la Corona de hechos de los que legal y lógicamente es irresponsable? Pues, poca cosa; que se acababa el carbón y que se anunciaba otra nueva subida de ese pan acomodado en su peso al sistema métrico municipal que no concede al kilo más que ochocientos gramos. Es de suponer que ese pueblo de la calle para quien pretenden hablar socialistas y republicanos, esté más interesado en la escasez y subida de los artículos de primera necesidad que en las formas del lenguaje parlamentario. Este kilo misterioso, este kilo madrileño que disminuye paulatinamente en gramos y que aumenta sucesivamente en precio, preocupa más a los trabajadores que las teorías de Karl Marx, aunque otra cosa crean los republicanos y socialistas del Congreso y es una preocupación para el pueblo muy superior al lenguaje que se emplee en el Parlamento para combatir a los ministros.
Y pasaba más fuera de las Cortes mientras el diputado republicano proclamaba solemnemente que él hablaba para la calle y se rebelaba contra los toques de la campanilla presidencial; pasaba que ese monarca a quien injustamente, irrespetuosamente se atacaba, recibía a una comisión de trabajadores, de los que trabajan, en su real cámara; les daba democráticamente la mano; les excitaba a la unión; hacía votos porque consiguieran la realización de sus aspiraciones; les recomendaba la práctica dé las medidas que aconseja la previsión y les ofrecía su apoyo para el logro de sus legítimos fines. Y los obreros entendieron y agradecieron el lenguaje del monarca, esos obreros a quienes sus apóstoles creen tan incultos que no pueden comprender más idioma que el de la injuria y el odio.
Es un contraste digno de anotarse y una lección que no sabernos si aprovechará a esas clases a quienes se hace creer que sólo colaborando en favor de la causa republicana se venderá el pan barato y llegará la carne a todos los hogares. Continuemos los ensayos de un nuevo método de discutir para poder apreciar sus resultados brevemente; pero sospechamos, con permiso de los Quintilianos callejeros, que por decir media docena de groserías a los ministros y unas cuantas injurias a los calificados de burgueses, ni va a aumentar la cosecha de cereales, ni los señores ingleses y norte-americanos nos van a dar mas carbón que el que les venga en gana y a cambio de los productos que consideren necesarios para su existencia.
EMILIO SÁNCHEZ PASTOR
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