domingo, 28 de octubre de 2018

Fascismo: Una advertencia


Impresionante la fotografía que publicó ayer La Vanguardia por el aniversario del 3-O. En el centro de la fotografía hay un hueco, entre Junqueras y Puigdemon, parece que ninguno de los dos quisiera ocupar el lugar protagonista de semejante acto, y precisamente gracias al hueco que dejan aparece una Ana Gabriel convertida en protagonista involuntaria para la Historia, como en aquellas fotos de boda en que aparece la niña jugando entre las faldas de la mesa, con la cara llega de pastel.



Ahora nos reímos (es un decir), pero aquel día pasé miedo. Aquel día pasamos miedo. Si con dos millones de votos se atrevieron a declarar la independencia de Catalunya, de qué serían capaces con medio millón más. De qué serán capaces cuando tengan legitimidad democrática...

Estoy dedicando este finde a la lectura del libro "Fascismo, una advertencia", de Madeleine Albright, la que fue secretario de Estado americana entre 1997 y 2001. Un repaso a la historia de Occidente a lo largo de todo el siglo XX, desde la Italia de Mussolini, pasando por la Alemania de Hitler, la España de Franco, hasta nuestros días, en los que la amenaza del fascismo sigue tan viva como el primer día.

Porque, argumenta la autora, el fascismo no es un momento de la historia, sino una peligrosa tendencia en la que podemos quedar atrapados en cualquier momento, cuando el poder deja de ser un medio para convertirse en un fin en sí mismo.

"El fascismo se propagó porque muchas personas, en Europa y en cualquier lugar del mundo, lo vieron como una tendencia poderosa que estaba cambiando la historia, que era exclusivamente obra suya y que no podría ser detenida" (página 85)

Un libro muy recomendable. Sale todo el mundo. No hay nación que en algún momento de su historia no haya caído en la tentación fascista. De la Italia en los años veinte del siglo pasado, luego Alemania, luego España por supuesto, pero también Francia, Portugal, Grecia, la Rusia de Putin, la Turquía de Erdogan, la Argentina de Perón o los propios Estados Unidos con McCarthy. No se salva nadie... Bueno, nadie no, no aparece Catalunya. Ni una sola referencia al catalanismo, o al nacionalismo catalán. Aparece Barcelona sometida a los bombardeos italianos en la Guerra Civil, pero de Cataluña ni una palabra.

Y es uno puede pensar que Cataluña es el único lugar del mundo que jamás ha tenido tentación fascista. Será otro fet diferencial català. Será. O tal vez el catalanismo tenga una deuda pendiente con la Historia... Pero ¡ay! ciertas enfermedades hay que pasarlas de joven, como las venéreas, que en pleno siglo XXI ya no se entiende ir a hacerse un lavado de bajos en una clínica urinaria del barrio chino...

Esta semana leí un artículo de opinión en La Veu de Catalunya, el periódico oficial del nacionalismo catalán, 19 de octubre de 1918, hace ahora justo cien años. La traducción es mía, sin pretensiones, y pongo entre comillas algunas palabras que dejo sin traducir.

Al Día

¿Hacia el abismo?

La espectación que hay alrededor del mundo para conocer lo que Alemania responderá al presidente Wilson, de lo que depende la vida de algunos centenares de miles de hombres, la ruina de muchos pueblos, la existencia de docenas de barcos –que tanta falta hacen- y la tranquilidad de los Estados neutrales; la preocupación que todo el mundo siente por esta epidemia sutil que ha conquistado el mundo, haciendo de cada casa un hospital y de los caminos de los cementerios vías pobladas; la crisis industrial que la epidemia trae a las grandes ciudades como Barcelona, reduciendo las compras en la época, precisamente, en que se tienen que llenar las cajas de las tiendas, tiene alejada de la política española, en crisis profunda en el preciso mommento que la política exterior, la política mundial, va derecha a definitivas organizaciones de las relaciones internacionales, de los Estados, de la economía mundial.
Afortunadamente, la epidemia parece que va a la baja: Como el mar, las epidemias se arrastran en cuento han hecho el mal; la crisis industrial pasará; y el gran problema de la paz , no tiene que hacernos perder de vista nuestro problema: Tiene que interesarnos, como hombres, en sentido humanitario; en el que pueda afectar el pensamiento de cada uno en la gran división del mundo entre los intereses y los criterios de los beligerantes – pero no haciéndonos más germanófilos que los alemanes, no más aliadófilos que los franceses e ingleses- pero sobretodo, con lo que respecta al problema nacionalista de Catalunya y con el problema general económico del Estado español, dentro del que vivimos en en el que somos el primer factor de producción y consumo.
El martes que viene se abrirán las Cortes: Las izquierdas promoverán, al volver, algunos  de aquellos debates ridículos a los que nos tienen acostumbrados; la derrota de Alemania los hará más feroces en el juicio de los conflictos de los 'torpedinaments': alguno añorará de no estar en los vencedores, rehaciéndose del susto de cuando los alemanes, hace tres meses, alargaban la mano para tomar París; alguno maldecirá la salvadora neutralidad de España; se aprobarán dos o tres proyectos de ley; el señor Alba, cegado por el rencor y la impotencia, abrirá la puerta al escándalo; los agricultores –los que dicen representarlos y representan solo, muchas veces, a los acaparadores y a los judíos que los explotan política y económicamente- alzarán campaña contra Ventosa; se aprobarán los presupuestos y el gobierno dimitirá. Pero es posible que los cabeza de partido que lo forman vayan al Rey y le digan: Señor, hemos cumplido el deber sagrado que contrajimos con V.M. y con el país, la noche del 21 de marzo; aquí teneis las carteras; ahora, V.M. arréglese como pueda.

No, no es posible: Esto sería una traición al Rey y al país. No podemos decir como en las películas de los cines: Unos minutos de descanso para preparar la continuación. Sino que el Rey, el país, tiene derecho a saber el que pensamos hacer los hombres directores de las agrupaciones políticas, porque en la opinión pública pueda inspirarse el Rey.

Las circunstancias de ahora no son las de 1914, ni las de los años siguientes, ni las del verano pasado: el mundo ha hecho un 'capgirell', y como una nueva fuerza geológica podría transformar la tierra, una nueva fuerza transformará la humanidad. En este momento, no es suficiente con recordar lo que se dijo en años pasados: Los partidos españoles viven todavía enquilosados: tienen que reformarse, tienen que tomar movimiento y vida. Nosotros, los nacionalistas, acabamos de hablar, ratificamos cada día el criterio expuesto por Cambó, 'en apenes vint', en el teatro del Bosc. ¿Qué hacen los demás? Los demás, o no hacen nada o están en la oscuridad, en el secreto, por donde se mueven: Quién sabe si en lugar de hacer un estudio de los problemas vitales para España y de sus remedios, pasan el tiempo ligando o desligando voluntades de hombres ascendidos por el escalafón y la amistad. Y ha llegado el momento de poner paredes de cristal a la actuación política; es la hora de buscar la fuerza en la opinión y no en las cábalas; de ver los hechos y no las combinaciones.

No sé si voy a escribir una tontería política; que se me perdone si lo es: De no poderse hacer unas elecciones generales, rápidas, legales, honradas, para que de ellas saliera el Gobierno de la paz, la salvación de España, si se encontrara el dictador, sería una dictadura... sabia, paternal, honrada, patriótica, democrática, juzgada después de un año, por un plebiscito que llevara al dictador a la horca o a la presidencia del Gobierno que completara la salvación de España. Porque, ¿Verdad que produce horror pensar que el gobierno que sustituyera el de ahora esté hecho en 'conciliabuls' como se han ido resolviendo casi siempre las crisis?

POL


No decía ninguna tontería el POL ese, no, cinco años después llegó la dictadura de Primo de Rivera...

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