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lunes, 3 de diciembre de 2018

La Vanguardia, 3 de diciembre de 1918


Retroceder cien años asusta. Asusta ver con qué exactitud repetimos la misma problemática, pero  asusta aún más saber que el auge del nacionalismo catalán no precedió ningún proceso de "autodeterminación de los pueblos", ni ninguna "liberación", no, fue el preámbulo del fascismo, en España y en toda Europa.

La Vanguardia, 3 de diciembre de 1918, página 8

Se impondrá la templanza

Faltaríamos a nuestro deber si, con motivo de la petición de autonomía para Cataluña no dirigiésemos un llamamiento al patriotismo, a la templanza, a la cordialidad de todos los españoles y de todos los catalanes.  Se trata de evitar, aquí y en el resto de España, en Barcelona y en la capital de la monarquía todo desbordamiento de las malas pasiones, y de dar al asunto la tramitación única que puede temer: la del mutuo respecto y la mutua transigencia. Fuera de eso no puede haber solución, sino estéril y dañosa sacudida que, en último término, no había de aprovechar a España ni a la causa del autonomismo. Los beneficiados serían, a la postre, los naturales enemigos de una y otra: los enemigos de la paz pública y de toda evolución normal y ordenada.

Por lo mismo que este periódico vive fuera de las luchas de los partidos organizados y se limita a una función moderadora y de concordia, cree tener derecho a esa apelación en nombre de los millares de lectores que comparten su actitud, no neutra ni pasiva, sino esencialmente patriótica, esencialmente atenta al bien común y al progreso conjunto de Cataluña y de España cuya suerte considera y ha considerado siempre como inseparable e indestructiblemente solitaria, por razones de utilidad que nadie puede desconocer y, sobre todo, por razones fundamentales de sentimiento, de convivencia histórica, de geografía, de política internacional. En una palabra: porque la inmensa mayoría de los catalanes, sintiendo profundamente su propia personalidad, se sienten a la vez profundamente españoles, a pesar de todas sus querellas y discrepancias con el Estado oficial, esto es, con las oligarquías políticas que tan a menudo se le superponen y lo desfiguran.

 De aquí toda nuestra repulsión para cualquier estridencia de palabra y de concepto que implique la solución del problema de Cataluña- fuera de la confraternidad española ó que signifique agravio para el resto de España. De aquí igualmente nuestra repulsión por el fanatismo contrario de los que injurian a Cataluña, para contestar a los ultrajes de unos pocos. Nosotros esperamos fundadamente que no prosperarán esta vez semejantes manejos. La discusión del asunto en el Parlamento será conducida con elevación,  nobleza y espíritu de armonía.

Nos induce a pensar de este modo, en cuanto afecta a los catalanes, no solo la salvedad contenida en el documento presentado al Gobierno, según la cual se trata de un resumen de aspiraciones y no de un proyecto cerrado, sino también el estado general de la opinión de Cataluña y las reiteradas declaraciones del señor Cambó v sus compañeros que lo aprecian de la misma manera. El señor Cambó ha repetido constantemente que en cuanto a la extensión» de las concesiones autonómicas que el Estado hiciese a Cataluña habría la mayor transigencia posible, mientras que hacía hincapié en cuanto ii la «intensidad», la cual deseaban completa para aquello que so les delegase, de suerte que son preferibles dos puntos del programa con plena intensidad, a ocho con atribuciones mermadas.

Ahora bien: dentro de este sentido, ¿no será posible llegar a la natural transacción, obteniendo las concesiones sustanciales y renunciando a otras de puro integrismo teórico quien sean acaso las más difíciles de conceder dentro de la actual estructura del Estado y dentro de la confusión de grupos de las actuales Cortes? ¿No será posible obtener, pongamos por caso, el régimen de obras públicas regionales, el de la cultura, la plenitud del derecho civil y la potestad de su transformación, una hacienda propia con lo que subvenir a todo ello, dejando aparte la aspiración a unas Cortes propiamente dichas acerca de la cual no existe consistencia de pareceres, al menos tan manifiesta como pana los eternas puntos, y aún hay muchos regionalistas y no regionalistas que la repugnan, bien por razón de oportunidad, bien por discrepancia de principios?

Sea como fuera, nosotros persistimos en mantener que se impondrá a todos el buen sentido, el sentimiento de la responsabilidad por el amor verdadero a Cataluña y España, para confusión de los separatistas y de los separadores: de los que sueñan en la demencia de la secesión y de los que del otro lado, hacen lo posible para provocarla. El tiempo no ha pasado en balde y unos y otros se encontrarán sin ambiente propicio tanto en Madrid como en Barcelona.  

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